domingo, 8 de junio de 2008

El sabor de las palabras

Mientras buscaba un texto para elaborar un examen de Bachillerato, encontré este curioso "articuento" de Juan José Millás. "Leer" trata de reivindicar el valor de las palabras a través de la anécdota sobre un libro mal encuadernado. Para el autor, esta dificultad supone un aliciente comparable al de comer marisco, donde el esfuerzo se ve recompensado con el sabor de las palabras, un bocado exquisito que en nada tiene que envidiar a la cabeza de una gamba. Aunque, a diferencia de una buena mariscada, todos tenemos la oportunidad de alimentarnos de historias todos los días y de engullir significados en cualquier momento, por lo que no siempre nos paramos a degustar la forma, a rumiar cada sílaba hasta extraerle la última letra de sustancia. La excusa habitual es la falta de tiempo, el mayor de los males modernos, lo que acarrea, sin advertirlo, que cada vez seamos menos lectores sibaritas y más consumidores de literatura comercial, que no ofrece tantas dificultades ni alegrías para el paladar. Bon apetit.

“Leer” de Juan José Millás

Estoy leyendo un libro mal encuadernado en el que las últimas palabras de cada línea se pierden en las profundidades del lomo, de manera que para acceder a ellas hay que desviscerar el volumen. Al principio, pensé en devolverlo, pero me he aficionado a hurgar en él como en las interioridades de un centollo. Las palabras rescatadas a los entresijos saben mejor que las que están a simple vista. Parece mentira que hayan inventado un libro electrónico, que por lo visto imita la textura del papel, y no hayan descubierto un libro que se pueda chupar, como la cabeza de una gamba, para extraerle la masa encefálica. De momento, si encuentra usted un volumen mal encuadernado, lléveselo a casa, arránquele los sesos sin escrúpulos y no dude en metérselos en la boca.
A veces, para acordarnos de que las palabras tienen sabor, conviene poner dificultades entre ellas y nosotros. O leer en un idioma extranjero. Un día, volando en una línea aérea alemana, me puse a hojear la revista de a bordo y lo entendí todo hasta que caí en la cuenta de que no sabía alemán. Ahora que tanta gente se va a estudiar inglés a Londres, hay que reivindicar el don de lenguas, que consiste justamente en disfrutar de los idiomas con la boca. Si te relajas y no piensas tanto en el significado de las frases como en su sabor, lo comprendes todo sin necesidad de estudiar. Cuando las palabras
sean un bien escaso, como el caviar, recuperaremos el asombro de tragárnoslas y de volverlas a la boca, como los rumiantes, para masticarlas por segunda vez. El problema es que comemos palabras a todas horas, todos los días del año.
Los monjes de clausura, que sólo pueden hablar a determinadas horas, usan el alfabeto con avaricia. Cuando los vocablos son caros, se utilizan con más gusto, porque se añora su sabor. Ese niño que balbucea sus primeras palabras asombra a toda la familia, porque en él el vocabulario es todavía una rareza. Quizá usted no haya tenido ningún niño, pero si tiene la suerte de tropezar con un libro mal cosido, cuyas palabras sea preciso extraer de sus vísceras con la perversidad con que arrebatamos las huevas al salmón, tal vez adquiera o recupere el placer de leer este verano.
Enhorabuena.

3 comentarios:

Juan Antonio González Romano dijo...

Interesante reflexión, Héctor. Hace algún tiempo escribí un microrrelato sobre esto, que puedes leer en http://blogtrivium.blogspot.com/2008/02/palabras.html

José Ángel García Caballero dijo...

conocía el artículo, creo que le dieron por él un premio de fomento de la lectura... Millás es grande, pero uno piensa ya en las cabezas de gamba y las cervecitas en pantalón corto... Suerte con los últimos días de estudio!!!

Héctor Monteagudo Ballesteros dijo...

Siento la ausencia de estos días, pero circunstancias personales me han obligado a mantenerme alejado de este blog.
En primer lugar, gracias a Viernes por sus comentarios. No sé si el "articuento" de Millás ha sido premiado, pero lo cierto es que coincido con su percepción visceral de la lectura y los libros: cuanto más difíciles, más sabrosos. En segundo lugar, quiero dar también las gracias a Juan Antonio, que desde su excelente blog "Ah de la vida" derrocha humor, sabiduría y experiencia. Para los que todavía no lo hayáis visitado, lo podéis encontrar en la sección de "bitácoras".
Finalmente, deseo mostrar mi sorpresa y mi agradecimiento a Nico, que dice ser excompañero de instituto de Viernes y compartir apellido y origen conmigo. Espero que en futuras intervenciones sepa "de" quién eres.

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